Época: Reconquista
Inicio: Año 1212
Fin: Año 1212

Antecedente:
La batalla de las Navas de Tolosa



Comentario

El botín fue abundante e importante: oro, plata, ricos vestidos, atalajes de seda y muchos otros ornamentos valiosísimos, además de mucho dinero y vasos preciosos, según las propias palabras del arzobispo, que añade: "Difícilmente podría calcular una fina mente que cantidad de camellos y otros animales además de vituallas fueron hallados allí."
Parece ser que tanto el estandarte como la lanza de al-Nasir fueron enviados a Roma por Alfonso VIII. Mas, sin duda, lo verdaderamente significativo en el terreno de lo conquistado fue la toma de los castillos del Ferral, Vilches, Tolosa y Baños de la Encina, así como las ciudades de Úbeda y Baeza.

Mucho se ha debatido sobre las proporciones de ambos ejércitos, que se han llegado a desmesurar por cientos de miles y aun de millones. Del cristiano, se decía que era de cincuenta mil hombres: diez mil caballeros y cuarenta mil infantes; del musulmán, dice Jiménez de Rada, que se componía de 185.000 caballeros e innumerables peones. Albarico de Tres Fuentes exagera aún más: 925.000 guerreros y el Rawd al-Qirtas llega a afirmar que eran 600.000. La magnitud de esos ejércitos no pudo ni remotamente aproximarse a las cifras que citan estos contemporáneos a la batalla.

Consideramos que, por la población de la época, los bastimentos necesarios, los lugares de acampada y el escenario de la lucha, el ejército cristiano no debía sobrepasar los doce mil hombres. Respecto al musulmán, es difícil admitir que un ejército que duplicara en número de efectivos a otro, saliera derrotado, tratándose de una lucha cuerpo a cuerpo y en ventaja posicional. Por tanto, es razonable pensar que el ejército musulmán debía ser semejante al cristiano en cuanto a número de combatientes. Por otro lado, la zona es tan quebrada y tan escasa en agua -recuérdese que era julio- y recursos que difícilmente pueden admitirse ejércitos mayores de diez o doce mil hombres por bando.

El número de bajas debió ser muy similar en ambos campos durante la batalla, pero, tras la ruptura del frente, se produciría la degollina general característica de la época, multiplicándose la mortandad almohade. Claro, que, si admitimos que sus fuerzas no serían de más de unos doce mil hombres, sus bajas no pudieron alcanzar los doscientos mil muertos que algunos cronistas les suponen. Las pérdidas cristianas serían, probablemente, bastante más numerosas de lo que se refiere en las crónicas, algunas de las cuales cuentan que, gracias a un milagro, sólo fueron veinticinco o cincuenta muertos. Recuérdese al respecto que, al iniciarse la lucha, los musulmanes estuvieron cerca de la victoria y lograron desbaratar las primeras líneas. La brecha producida por los almohades en la vanguardia cristiana se taponó a expensas de la segunda línea, compuesta por las mesnadas de las órdenes militares, cuyos caballeros sufrieron muchas bajas: murieron los maestres del Temple y de Santiago y, también, el Comendador de Santiago y el alférez de Calatrava, mientras que el maestre de Calatrava quedó tan mal herido que se vio obligado a renunciar a su cargo. Si tanta mortandad hubo entre los jefes, imagínese lo que ocurrió entre sus mesnadas.